Cómo ser mujer

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El principal valor de este libro (que no es poco) reside en que nos obliga a hacernos una incómoda, pero necesaria pregunta: ¿Soy feminista?

Cómo ser mujer nos invita, bajo un tejido de chascarrillos más o menos afortunados, a realizar una profunda reflexión sobre nuestra condición femenina, autopercepción y prejuicios de género. Sin autoengaño ni complacencia: Caitlin Moran es como esas amigas que te dicen grandes verdades, aunque jodan: como que has engordado, que tu novio es un imbécil, que ese vestido es horrible o que te cabreas demasiado fácilmente. Mis amigas favoritas, en realidad.

Caitlin me cae bien, con su gran culo, su pelo cardado y sus maneras de camionero. Me encantaría irme de copas con ella. Es una tipa divertida y con un par. Más allá de esto, no encuentro muchas cualidades literarias en un libro que mezcla el ensayo y lo autobiográfico y que mi querida editorial Anagrama nos ha vendido como el manifiesto feminista del S.XXI con demasiadas pretensiones.

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El comienzo de Cómo ser mujer es prometedor, pero como la cerveza, va perdiendo fuelle y acaba semejándose a otros decepcionantes títulos de chic-lit. En su empeño por ser divertida, acaba cayendo en la autocomplacencia, la egolatría y un tufillo a Bridget Jones que aporta más bien poco.

Es impagable sin embargo, la narración de su despertar a la sexualidad como una chica extremadamente gorda, extremadamente pobre y extremadamente ingenua en un barrio obrero de Londres. Nos reímos y nos reconocemos en su torpeza, disfuncionalidad social, desengaños amorosos y penosa incursión en el mundo laboral.
Moran carece totalmente de esa horrenda cualidad femenina de sentir la necesidad de pedir perdón por todo. Esta y otras actitudes de la autora, me parecen sumamente aplaudibles.

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Caitlin también hace interesantes y poco políticamente correctas reflexiones sobre temas como el aborto, el matrimonio, la maternidad, los coqueteos en el trabajo y el patriarcado. Sobra sin embargo, el adoctrinamiento sobre depilación púbica o ropa interior, pues opino que es un terreno en el que cada cual debe hacer lo que le plazca y que tiene más que ver con la estética que con la ideología, cosas que jamás me han parecido incompatibles.

El libro está salpicado de anécdotas sobre su prematura vida marital con un periodista de Melody Maker, su poco convencional maternidad, sus desaciertos estilísticos y escarceos nocturnos con estrellas como Lady Gaga, que resultan amenas pero tampoco nos cambian la vida.

Hacia el final de la lectura, una descubre que la articulista de tv y periodista musical tardó cinco meses en escribir lo que pretende ser la obra de referencia del nuevo feminismo. Y entonces una lo entiende todo. Y es que, no se puede pretender ser la nueva Virginia Wolf en menos de lo que dura un contrato temporal.

De todas formas, si se quieren echar unas risas pueden seguir a Caitlin en twitter.
A veces es extraordinariamente certera y desde luego, no tiene pelos en la lengua. Por lo demás, Cómo ser mujer es una lectura de piscina.
A cuidarse, amigas.

Conversaciones íntimas con Truman Capote

Truman Capote es, para mí, uno de los mejores escritores del S. XX. Su capacidad para mezclar lo sórdido con lo tierno, lo superficial y lo profundo y el glamour con la paletada se me antoja muy cercana. En los libros de Capote, siempre hay algo que está a punto de romperse.

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«La experiencia sirvió para incrementar la idea trágica que yo tenía de la vida, que siempre he mantenido y que explica esa faceta mía que parece sumamente frívola; esa parte de mí que siempre está en un corredor oscuro, burlándose de la tragedia y de la muerte. Por eso es por lo que adoro el champán y me encanta alojarme en el Ritz.» T.C.

Aun en sus últimas fotos, avejentado y destruido por el alcohol, lo sigo viendo como al niño abandonado de la América profunda que fue.

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No importa todo lo que vino después (las fiestas en NY, el glamour de Hollywood): ésa era su esencia, representada por la Holly Golightly de la novela Breakfast at Tiffany´s. Igual que Holly no podía dejar de ser Lula Mae, Truman no podía dejar de ser Truman. Algo parecido le pasaba a Marilyn, íntima amiga del escritor a la que dedicó el conmovedor texto «Una adorable criatura«. Nada los consolaba.

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Dada mi fascinación por el escritor y por el personaje, no pude dejar de leer «Conversaciones íntimas con Truman Capote«, una recopilación de entrevistas del reportero Lawrence Grobel que no ha hecho más que alimentar mi mitomanía.

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Realmente, su lectura provoca la sensación de estar charlando con el genio. Nada me habría gustado más que conocer a esta personita divertidísima, con un encanto arrollador y un talento fuera de lo normal. No me cabe duda de que nos haríamos grandes amigos.

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Esta polémica foto acompañaba a la edición de su primera novela «Otras voces, otros ámitos». De ella decía: «Yo no ví nada malo en ella. Sólo soy yo tumbado en un sofá y mirando a la cámara. Aunque supongo que parece que estoy más o menos  invitando a alguien a que se encarame encima de mí.» T.C.

La mayoría de estas conversaciones íntimas se celebran alrededor de una mesa de un restaurante de NY, donde Truman daba rienda suelta a su afición por el alcohol y su lengua viperina, sin obviar los temas más polémicos de su biografía: su enemistad con Jackie Kennedy, Marlon Brando o Gore Vidal; su homosexualidad y afición a las drogas, problemas de salud, juicios y dramas familiares. Truman aparece como un conversador brillante, que no da puntada sin hilo y al que le importaba tres pimientos decir lo que pensaba. Así, no se cortaba en describir a Meryl Steep como «un pollo», a los hermanos Kennedy como «unos puteros» o a Norman Mailer como «un escritor sin el talento necesario para ser un gran novelista»; entre otras muchas perlas que les invito a descubrir.

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«Es la clase de fotografía que se envía a un antiguo amante diciendo: Hiciste bien en marcharte, si no, mira con qué habrías acabado» T.C.

En contra de la creencia popular, Capote se muestra también como un escritor serio y metódico, que se levantaba cada día a las 4 am para trabajar, y que pasó ocho años aislado en un pueblo perdido de Kansas para escribir su escalofriante A Sangre Fría. Lo cual no le impedía pensar que la literatura, en esencia, era el arte del cotilleo. 

El libro también desmiente algunos mitos sobre su figura, como que en realidad no era tan promiscuo como se presuponía. El escritor Jack Dunphy, que Capote le arrebató a la actriz Joan McCracken, fue su pareja toda la vida.

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Truman creó un personaje y lo llevó al extremo, lo que le funcionó para entrar en el círculo más exclusivo de NYC y convertirse en una extravagante estrella televisiva. Pero también era el literato que se presentaba borracho a las charlas universitarias y se desplomaba al grito de: «Si queréis ser escritores, ¿qué hacéis escuchando a un viejo como yo en lugar de estar en casa escribiendo?«.

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Aquellas damas de la alta sociedad que lo adoraron, fueron las mismas que le dieron la espalda cuando publicó Plegarias Atendidas, su ácida novela póstuma donde sacaba a la luz todos sus trapos sucios con especial crueldad.

Suceso ante el que Truman se preguntaba estupefacto:

«No entiendo porqué la gente se enfadó tanto ¿Qué creían que tenían, un bufón de palacio? Pues tenían un escritor.» T.C.

Y tal vez esta frase baste para comprender una de las personalidades más complejas y fascinantes del S. XX.

Nada se opone a la noche. Luz, oscuridad, luz.

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Que nadie se lleve a engaño. No quiero que salga de mi boca eso de “te lo dije” (expresión muy de madre, placentera de decir y odiosa de escuchar).

 

Este libro duele. Como hurgar en una vieja herida. Como revisar sus cuadernos adolescentes. Como recibir la visita de viejos fantasmas.

 

Y sin embargo, es hermoso y está lleno de amor, compasión, ternura y hasta humor negro.

 

Es, sobre todo y como reza su contraportada (no he encontrado mejor forma de definirlo, lo siento) un bello canto de amor filial.

 

Novela autobiográfica escrita en primera persona, es el desesperado intento de una hija por descubir los motivos del suicidio de su madre, mujer fascinante y exasperante aquejada de un trastorno mental.

 

Como dijo ese señor ruso y muy serio que escribía como los ángeles “Todas las familias felices se parecen entre ellas; pero cada familia infeliz es diferente en su desgracia.” Nada se opone a la noche es una celebración de esta diferencia. Vital, desgarrada y cruel, pero celebración al fin y al cabo.

También es un libro que nos enseña, sin adoctrinarnos, a perdonar y a amar a nuestra familia, aunque no siempre sea como querríamos que fuera. O por lo menos a aceptarla, que ya es algo.

 

La novela arranca en el París de los años 50, dibujando un retrato luminoso de lo que parece ser una familia feliz compuesta por nueve niños preciosísimos y rubísimos, una madre entregada y un padre dispuesto a comerse el mundo. La primera parte del libro es un intento de visualizar la infancia de la madre y de descifrar las claves de lo que acontecería después. Tiene algo de literatura policiaca por la investigación de los testimonios, fotos, vídeos en Super8 y cintas de cassette que la autora realizó para intentar componer el puzzle de su crónica familiar.

 

Esta estampa perfecta va degenerando en la segunda y tercera parte del libro: los niños crecen y comienzan a surgir las preguntas, los secretos y claroscuros propios de toda historia familiar. Hay sucesos terribles. Hay silencios aplastantes. Hay actos imperdonables. Y, sobre todo, hay que aprender a vivir con ello.

 

La historia continúa con el nacimiento y la crianza errante de la autora bajo la tutela de su difícil progenitora, y su posterior madurez marcada por el pasado. De Vigan no juzga a nadie, no esconde nada en un ejercicio de catarsis tremendamente impúdico, valiente y doloroso. Es más: dice que escribe por y para eso.

 

Finalmente, la novela es también una reflexión sobre el acto de escribir y sobre las mil caras de la verdad.

 

Mujer de prosa certera y delicadísima, Delphine de Vigan parece tan rubia y tan frágil como lo fueron su madre y sus tíos, víctimas de un padre autoritario y de moral relajada.

 

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Una de las cosas que más me ha gustado de la novela es que está llena de esos detalles y símbolos que salpican y marcan la memoria femenina: imágenes, objetos, olores y conversaciones que crean un ambiente íntimo, muy cercano y vivido. Una falda que compra la madre, la abuela untándose el cuerpo de crema Nivea, el peinado de un hermano, el espejo de un baño en el que tantas veces nos hemos mirado. Pequeñas cosas que pueden llegar a significar mucho.

 

Como casi todas las cosas que merecen la pena en esta vida, Nada se opone a la noche no es un libro fácil. Estoy totalmente convencida sin embargo, de que es un precio que merece la pena pagar.

 

Y por todo esto, por usted y también por su madre, debería leerlo.

 

Si quiere, claro.